Los tristes II
Cayó por fin en la espumosa y turbia
recia corriente, y descendió al abismo
para no subir más a la serena
y tersa superficie. En lo más íntimo
del noble corazón ya lastimado,
resonó el golpe doloroso y frío
que ahogando la esperanza
hace abatir a los ánimos altivos,
y plegando las alas torvo y mudo,
en densa niebla se envolvió su espíritu.
Alma que vas huyendo de ti misma,
¿qué buscas, insensata en las demás?
Si secó en ti la fuente del consuelo,
secas todas las fuentes has de hallar.
¡Que hay en el cielo
estrellas todavía,
y hay en la tierra flores
perfumadas!
¡Sí… Mas no son ya aquellas
que tú amaste y te amaron,
desdichada.
En su cárcel de espinos y
rosas
cantan y juegan mis pobres
niños,
hermosos seres, desde la cuna
por la desgracia ya
perseguidos.
En su cárcel se duermen
soñando
cuán bello es el mundo cruel
que no vieron,
cuán ancha la tierra, cuán
hondos los mares,
cuán grande el espacio, qué
breve su huerto.
Y le envidian las alas al
pájaro
que transpone las cumbres y
valles,
y le dicen: -¿Qué has visto
allá lejos,
golondrina que cruza los
aires?
Y despiertan soñando, y
dormidos
soñando se quedan
que ya son la nube flotante
que pase
o ya son el ave ligera que
vuela
tan lejos, tan lejos del
nido, cual ellos
de su cárcel ir lejos
quisieran.
-Todos parten! -exclaman-.
¡Tan sólo,
tan sólo nosotros nos
quedamos siempre!
¿Por qué quedar, madre, por
qué no llevarnos
donde hay otro cielo, otro
aire, otras gentes?
Yo, en tanto, bañados mis
ojos, les miro
y guardo silencio, pensando :
-En la tierra
¿adónde llevaros, mis pobres
cautivos,
que no hayan de ataros las
mismas cadenas?
Del hombre, enemigo del
hombre, no pude
libraros, mis ángeles, la
égida materna.
*
Ya no mana la fuente, se
agotó el manantial;
ya el viajero allí nunca ve
sus sed a apagar.
Ya no brota la hierba, ni
florece el narciso,
ni en los aires esparcen su
fragancia los lirios.
Sólo el cauce arenoso de la
seca corriente
le recuerda al sediento el
horror de la muerte.
¡Más no importa!; a lo lejos
otro arroyo murmura
donde humildes violetas el
espacio perfuman.
Y de sauce el ramaje, al
mirarse en las ondas,
tiende en torno del agua su
fresquísima sombra.
Sediento el viajero, que el
camino atraviesa,
humedece los labios en la
linfa serena
del arroyo que el árbol con
sus ramas sombrea,
y dichoso se olvida de la
fuente ya seca.
la noche de las tristes despedidas,
y apenas si una lágrima empañaba
sus serenas pupilas.
Como el criado que deja
al amo que le hostiga,
arreglando su hatillo, murmuraba
casi con la emoción de la alegría:
—¡Llorar! ¿Por qué? Fortuna es que podamos
abandonar nuestras humildes tierras;
el duro pan que nos negó la patria,
por más que los extraños nos maltraten,
no ha de faltarnos en la patria ajena.
Y los hijos contentos se sonríen,
y la esposa, aunque triste, se consuela
con la firme esperanza
de que el que parte ha de volver por ella.
Pensar que han de partir, ése es el sueño
que da fuerza en su angustia a los que quedan;
cuánto en ti pueden padecer, oh, patria,
¡si ya tus hijos sin dolor te dejan!
*
Como a impulsos de lenta
enfermedad, hoy cien, y cien mañana,
hasta perder la cuenta,
racimo tras racimo se desgrana.
Palomas que la zorra y el milano
a ahuyentar van, del palomar nativo
parten con el afán del fugitivo,
y parten quizás en vano.
Pues al posar el fatigado vuelo
acaso en el confín de otra llanura,
ven agostarse el fruto que madura,
y el águila cerniéndose en el cielo.
*
En los ecos del órgano o en
el rumor del viento,
en el fulgor de un astro o en
la gota de lluvia,
te adivinaba en todo y en
todo te buscaba,
sin encontrarte nunca.
Quizás después te ha hallado,
te ha hallado y te ha perdido
otra vez de la vida en la
batalla ruda,
ya que sigue buscándote y te
adivina en todo,
sin encontrarte nunca.
Pero sabe que existes y no
eres vano sueño,
hermosura sin nombre, pero
perfecta y única;
por eso vive triste, porque
te busca siempre
sin encontrarte nunca.
Si medito en tu eterna
grande,
buen Dios, a quien nunca veo,
y levanto asombrada los ojos
hacia el firmamento
que llenaste de mundos y
mundos…
toda conturbada pienso
que soy menos que un átomo
leve
perdido en el universo;
nada, en fin… y que al cabo
en lanada
han de perderse mis restos.
Mas si cuando el dolor y la
duda
me atormentan, corro al
templo,
y a los pies de la Cruz un
refugio
busco ansiosa implorando
remedio,
de Jesús el cruento martirio
tanto conmueve mi pecho,
y adivino tan dulces promesas
en sus dolores acerbos,
que cual niño que reposa
en el regazo materno,
después de llorar, tranquila
tras la expiación, espero
que hallá donde Dios habita
he de proseguir viviendo.
Son los corazones de algunas
criaturas
como los caminos muy
transitados,
donde las pisadas de lo que
ahora llegan,
borran las pisadas de lo que
pasaron:
no será posible que dejéis en
ellos,
de vuestro carió, recuerdo ni
rastro.
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