La calle Islas Canarias de Valencia era la hostia. Sé que está mal y no lo defiendo ahora, pero había una puta tienda de animales con serpientes, loros gigantescos y escorpiones. Cada vez que ibas había algo nuevo y como niño que eras, curioso, espero, eso era como un parque de atracciones. Ahora se habla mucho de educaciones alternativas como la que tomó Machado, y si bien no creo que haya que confundir la educación con gilipolleces, que te expliquen qué son los reptiles y te muestren una higuana viva, sería la hostia.
Además en esta calle había de todo, motos pequeñitas ((por qué se puso esa mierda de moda?)(quería una), un quisco donde vendían muñecos de pokémon, revistas guapísimas, una tienda de segunda mano donde podías encontrar cualquier cosa... Ese barrio estaba rotísimo, estaba rotísimo culturalmente. No de una forma intelectual, sinceramente, el quisquero entre otras cosas vendía petardos ilegales a menores de edad y por culpa de eso perdí parte de la audición. Creo que era más bien un último bastión, ¿por qué demonios perdimos la plaza redonda?.. Las películas que nos llegaban del extranjero, Ghibli, The Ring, tantas comedias... Los libros, el intercambio e incluso autrores que tranquilamente se sentaban sobre la manta a compartir sus obras. Los intercambios, de todo tipo. Instrumentos musicales de otras culturas, brujas, Heavy Metal, guitarras...
Valencia era una locura en este sentido, luego todos los parques estaban llenos de jeringuillas y para ir a tocar a la banda tenías que pasar por la fábrica de harina donde había familias gitanas que te miraban con ansias de muerte mientras los niños se acercaban a acosar sexualmente a las mujeres. Si pudiera ir al pasado, realmente, creo que habría tirado una bomba en bastantes barrios. Las cucarachas eran una locura, la basura se recogía tan tarde que cuando pasabas por cualquier contenedor olía a muerte, además los insectos se amontonaban unos sobre otros para comer todo aquello en descomposición y podías ver literamente amalgamas de cucarachas como vibrando alrededor de una alcantarilla. En el bar de atarazanas había varios delincuentes (que acabaron en la cárcel), que si un día les apetecía acudían allí y te robaban todo delante de tus padres. Porque les habría importado absolutamente nada darte una paliza a ti o a tu padre, o al espíritu santo.
Era una ciudad anárquica, probablemente también debido al gobierno perenne de unos chimpancés que un juez ha condenado a todos por criminales. Porque era divertido ver a la alcaldesa borracha en fallas porque probablemente todos iban borrachos también. El cabañal tenía personajes más interesantes que todos los Grand Theft Auto juntos. La calle de la Reina era algo parecido a la guerra de Vietnam. Recuerdo ir a la playa un día, ver un gato muerto y aplastado en la arena de una obra al lado de la comisaría, que olía terriblemente mal y era muy desagradable, sobre todo para un niño, y pasar varios dáis después y que siguiera ahí. Y volvía y volvía y siempre estaba ahí y yo me preguntaba si no se podría hacer absolutamente nada y por qué a todos nos daba absolutamente igual, a los obreros, a los extranjeros que pasaban al lado, a todas las familias valencianas, a todos y cada uno de los humanos que hubieran pasado por ahí y hubiesen vido semejante espanto.
También muy arraigada a la religión, tanto para que yo, ateo, que me negaba a rezar en clase, estaba tocando en una banda que marchaba en procesiones en Semana Santa. Acabé siendo el delegado de pastoral, uno de los pocos que vio una misa por el arzobispo de no se qué, que le llevaban los padres a sus hijos para que los tocara (lo acabo de leer y juro que no fue pretendido xd), y yo solo pensaba que acabara ya porque era extremadamente aburrido. De verdad, cómo puedes ser tan malo para hacer El Nuevo Testamento aburrido, es casi un ejercicio prodigioso de transformar una de las historias más interesantes de la historia en una absoluta mierda. Sin embargo estaba ahí, con la puta corneta, haciendo ejercicios todos los días para mejorar mi escala, y pasando al bombo porque me encantaba marcar el ritmo, y tocando el tambor porque estaba guapísimo. Si es que hasta acabé en un campamento evangélico donde una de las actividades era memorizar pasajes de la bilbia, había un chaval rapero que yo pensaba que era un parguela y resultó ser Kase O, que se lió con una chavala y a mí me acabaron nombrando como el mejor portero. Un campamento donde, a base de tirar unos contra uno contra un africano que era Ronaldinho con un ojo de menos, aprendí a (mal) hacer sombreritos.
Valencia era un sitio raro de cojones. La gente habla de la cocaína y tal y si bien Valencia se encuentra entre las top 5 o 6 de España, nuestro problema no es ese. Nuestro problema es la ruta del bacalao, Spook y que con doce años caminaras con miedo por la calle porque había como veinticinco pandillas en el barrio dispuestos hasta a quitarte los dientes. Que luego crecías y casi que el pandillero te volvías tú, uno moderado, cívico, pero pandillero al fin y al cabo. El colegio era una ensalada de hostias, yo me lo pasaba bien. A veces volvía a casa llorando y al día siguiente me ponían un parte por pegarle un puñetazo a algún imbécil. Por suerte mi madre también era de mecha corta, y mira que ahora no tengo paciencia con las tonterías, pero es que antes era demasiado destructivo, no tenía sentido que me comportara así siendo inteligente.
Recuerdo ir con las BMX con mis amigos, sin frenos, sin luces, sin absolutamente nada, saltando bordillos, yendo sobre una rueda, esquivando civiles, haciendo derecha, derecha, arriba, abajo, derecha. Los policías nos veían yendo por aceras minúsculas por el centro y simplemente nos decían amablemente que nos bajáramos. De repente llegabas a un campamento de verano y todos recitaban Efectos Vocales y Dragon Ball Rap. Te las ponían en el mp3 y aunque no entendías muy bien lo que estaba pasando, te las aprendías también.
Valencia era increíble, y lo único que se fue resistiendo con el paso del tiempo, fue la calle de Islas Canarias, que aunque cada establecimiento fuera desapareciendo uno a uno, a veces podías seguir encontrando un relojero. Poco a poco lo que era una calle con mucha energía, fue drenada, incluso edificios nuevos que se estaban construyendo a su alrededor dando la sensación de que, quizá, caminaba en alguna dirección ese barrio; pero finalmente se quedó como un obstáculo anómalo, una isla aislada. Desaparecieron los quioscos, los pokémon, aquellos hornos de ensueño donde ya en aquella época preparaban dorayakis caseros. Te hacían los dulces en la cara, hablabas con la hornera de cualquiera cosa mientras veías cómo lo preparaba todo. Ahora caminas por ahí y es muy triste, hace un par de años tuve que ir a un banco de allí, y, como llegué pronto, me senté a tomar un café con mi madre. Había un bar en un local extramañente grande y prácticamente vacío, y en los veinte minutos que estuvimos allí solo vino una mujer mayor que se lamentaba por teléfono con un familiar por cómo le había castigado la vida. Pasas y ves un nuevo restaurante de no sé qué, que cierra a los pocos meses, y un locutorio de transferencia de dinero al extranjero, que cierra, y una pizzería nueva, que cierra... Se ha convertido un lugar de tránsito, con una media de edad en el barrio bastante alta, un lugar que solo ve un poco de luz en fallas y cuando te alejas de las carpas de esas fallas, te das cuenta de que el barrio está sumido en una tristeza profunda.
En realidad no quería hablar de nada de esto, pero para entender B Market tienes que entender Islas Canarias y para entender Islas Canarias tienes que entender Valencia. B Market es la tienda de segunda mano cuyas puertas abrían y abren en Islas Canarias y aquello, para mí, era un santuario. Tú ibas al Corte Inglés y había unas movidas, ibas al Game Stop y había otras movidas muy parecidas, pero entrabas en B Market y encontrabas un Pokémon Rubí por 8 euros. O un Majora's Mask, o un Metroid Prime, Primal... Pero es que ese era el criterio con todo lo que vendían: electrodomésticos, películas, teléfonos, libros, instrumentos musicales... Cuando llegabas a la zona de "ferretería", de repente encontrabas un aparato de mecánica de ni siquiera sabías identificar, al lado de una motosierra. Y de repente llegabas un día y había un puto violonchelo gigantesco, o una lira, o yo qué sé. La vitrina de los móviles era esquizofrenia pura, algunos de ellos destruidos, y veías convivir generaciones como la game boy advance, con la ps2, con la dreamcast... Recuerdo comprar Shrek, para descubrir que estaba en algun dialecto de latam, chinarnos, y de repente ponerse Asno a cantar y simplemente despertar a toda la familia a carcajadas. Todavía no he encontrado un Asno más divertido en ningún idioma.
De verdad, reviso títulos de From Software y he jugado a muchos juegos suyos, algunos de ellos en los que no me enteraba de absolutamente nada ni entendía qué demonios había que hacer, porque muchas veces los jugaba en japonés o inglés.
Doy gracias a mi familia, porque también de aprender a ahorrar o sobrevivir, de tener que ir al videoclub para copiar un juego o porque no podías pagar la entrada del cine, he sido vendecido con el don la culturalidad aleatoria. He mamado de tantas disciplinas y países, de tantas plataformas y autores, que luego lograba que yo me pusiera a jugar con los juguetes con equipo formado por Naruto, un dinosaurio, un pony y Optimus Prime. Y yo, que soy un obsesionado con todo, me volví loco. Cuando escribí mi primera poesía, fue para que el día de Madre Francisca: había que escribir una poesía y como nadie lo quería hacer levanté la mano. Habíamos leído en texto así en castellano sobre la luna que me había encantado, el profesor explicó rápidamente qué era una poesía y yo basándome en ese escribí una. Extrañamente cuando lo tuve que leer fue un momento raro, o al menos lo recuerdo yo así, porque parecía que había incluso sorprendido. Recuerdo detalles importantes que me reservo por lo golosa que es la memoria, pero lo que sí puedo decir es que comencé a escribir poesía y a todos a mi alrededor les encantaban. Siempre he sido muy inocente con el arte, muy intuitivo; luego ya descubres que son disciplinas y que tienes que estudiar y aprender, sin embargo recuerdo cuando mi profesora de castellano me dijo que era gracioso porque yo usaba figuras retóricas que ni sabía que existían. Y eso hacía yo, escribir sin leer. Recuerdo que presenté un poema a un concurso sobre la contaminación y que cuando mi profesora lo leyó me dijó que la única razón por la que estaba segura de que no lo había copiado de Internet era porque había escrito "petrolio" en vez de "petróleo". Pero entre estas cosas y un comentario de la chica que me gustaba me obligó a literalmente estudiar el diccionario y tomar apuntes. También se me fue el ego de las manos, y eso que hacía unos años no sabía ni escribir petróleo xdddd.
Me pregunto, a aquel chico que se pasaba dos horas en un locutorio para jugar al Monster Hunter, qué habría hecho ahora con absolutamente todo al alcance de dos clicks, don Inernet de un giga, con una pantalla 4k, con acceso a la cultura casi universal. Y la realidad es que no haría nada, no hace nada, se hace cada vez más triste y no quiero nada, no quiero ver ninguna película, no quiero leer ningún libro, no quiero jugar a absolutamente nada. No quiero escribir, no quiero recitar, no quiero absolutamente nada de aquello. Quiero un piso con ascensor, una bici y casarme con la chica esta que tenía novio, como siempre. Que por cierto, qué guapa que es, me da rabia abrir Facebook porque veo sus fotos y me pongo triste, de verdad, honestamente lo único que quería era sencillamente ser feliz contigo, casarnos, tener unos niños y querernos hasta que el tiempo nos separe.
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